Por Miguel Gallegos
Docente e investigador de la Facultad de Psicología (UNR-CONICET), Argentina.
Desde de los años sesenta se ha trastocado el canon tradicional en la forma de hacer historia de la ciencia, fundamentalmente, a partir del diálogo o cruce de varias disciplinas: historia, filosofía, sociología, antropología, psicología y demás. Principalmente, tres ámbitos de especialización han sido los protagonistas de una nueva mirada retrospectiva sobre la ciencia: filosofía de la ciencia, historia de la ciencia y sociología de la ciencia. Ámbitos que por otra parte contribuyeron a la conformación de un nuevo campo de estudio y producción denominado Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (o también Estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad).
En los últimos años se ha vuelto notorio el predominio del enfoque sociológico en las elaboraciones historiográficas de la ciencia. Como resultado, al leerse las nuevas producciones sobre el pasado de la ciencia, la sensación que se tiene es un tanto ambivalente. Por un lado, se toma contacto con la historia de algún aspecto de la ciencia, por otro se observa un análisis social sobre diversos elementos de la práctica científica en determinado momento histórico. A veces nos encontramos con el contexto y la cultura que rodea algún hecho científico, y otras nos topamos con la descripción minuciosa de las actividades y relaciones contextuales desplegadas por los científicos en sus lugares de trabajo, como el laboratorio, que desde hace unos años se ha transformado en un objeto fetiche, privilegiado por las indagaciones sociohistóricas y socioantropológicas. Entretanto, curiosamente, muchas veces las reconstrucciones sobre el pasado de la ciencia nos parecen estar interpelando las circunstancias actuales de producción de conocimiento.
Interrogantes medulares
Esta forma de producción historiográfica, que alterna momentos de proceder histórico con análisis sociológico, político, antropológico, psicosocial, sociocultural, etc., no hace más que interrogarnos sobre el destino de la historia de la ciencia. ¿Será que se trata de una nueva forma de hacer historia de la ciencia que intenta devolvernos una imagen más “real” o “diferente” sobre el pasado de la ciencia y las diversas formas de producir conocimiento histórico? ¿Será una nueva forma de legitimar la práctica histórica de la ciencia estableciendo contactos entre el pasado y el presente? ¿Se trata del efecto de aquel cruce disciplinario, señalado más arriba, que imprime una dirección diferente en la manera de hacer historia de la ciencia?
En definitiva, cabe preguntarse por el sentido y la orientación que ha adquirido la práctica histórica de la ciencia en los últimos años. Más aún, puede resultar interesante pensar el lugar de la historia de la ciencia en el contexto latinoamericano, y si se quiere, iberoamericano. En nuestro contexto, las recientes producciones historiográficas parecen indicar que la historia de la ciencia no sólo se ha convertido en un tópico de creciente interés académico, sino además, se ha transformado en una herramienta de interpelación de la práctica científica y la forma de producir y validar el conocimiento, y en algunos casos alcanza a despertar cierto interés gubernamental.
Política y conocimiento
Al respecto, no es arbitrario que en Argentina se haya definido un proyecto de revisión histórica sobre la ciencia y la tecnología en el contexto nacional y latinoamericano, cuya promoción y adscripción institucional ha adquirido rango gubernamental, al definirse como un proyecto avalado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT) de la República Argentina. El Programa de Estudios sobre el Pensamiento en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (PLACTED), aprobado en 2010, tiene como objetivo recuperar los aportes de un conjunto de científicos y tecnólogos que desarrollaron sus actividades entre los años 1960 y 1970: Jorge Sabato, Amílcar Herrera y Oscar Varsavsky, entre otros. Se considera que estos actores no sólo contribuyeron con ideas teóricas y desarrollos institucionales de envergadura en materia científica y tecnológica, sino además, intentaron construir verdaderas articulaciones entre las políticas estatales, el campo científico y tecnológico y las necesidades de desarrollo socioeconómico y productivo del país y la región.
Si bien es cierto que la influencia de ciertos grupos académicos con capacidad de influir en la agenda pública pudo haber facilitado este proyecto con rango ministerial, no es menos cierto que la preocupación por replantear las condiciones materiales y simbólicas de la ciencia y la tecnología en la región coincide con un tiempo político muy particular de América Latina, donde se avizoran políticas de mayor cooperación e integración regional y donde se apuesta por una renovación de las políticas de ciencia y tecnología, al margen de que se corroboren diversas contradicciones en los diferentes procesos en marcha.
En otras palabras, las circunstancias actuales parecen ameritar esa vuelta hacia el pasado y justifican proyectos que tiendan a visualizar de un modo diferente la generación de las políticas en ciencia y tecnología para el país y la región. Por supuesto que todo esto es discutible, pero al margen, es notoria la interrelación entre la esfera de los intereses académicos y la definición de la agenda pública de investigación, que por cierto se debe a intereses más relacionados con el ámbito sociológico que al propiamente histórico.
Nuevas orientaciones
En la actualidad, el mainstream de la historia de la ciencia parece centrarse en objetos, tópicos y circunstancias no convencionales, pero que igualmente son parte del entramado de la ciencia y la producción de conocimientos. Hasta los detalles más anodinos se constituyen en la trama narrativa de las nuevas producciones históricas, donde se observa el desenvolvimiento y la conexión entre una serie de circunstancias y hechos que colorean la práctica científica en sus múltiples dimensiones. Hoy las diversas producciones historiográficas son más proclives a incorporar una mayor interrelación entre los factores políticos, sociales y culturales en el devenir de los diferentes procesos históricos de la ciencia. Si en el pasado las producciones se inclinaban por un desarrollo interno a la propia materialidad científica, en el presente la balanza parece inclinarse por las circunstancias externas. De este modo, el viejo debate sobre internalismo versus externalismo -tan caro a la historia de la ciencia- parece diluirse en las diversas construcciones historiográficas que vemos aparecer, cuyas propuestas teórico-metodológicas si bien no descartan totalmente los factores internos, no obstante tienden a favorecer lecturas históricas más circunstanciadas política y culturalmente.
Las nuevas producciones, que sin dudas se vieron enriquecidas por el cruce disciplinario entre las ciencias sociales y humanas, están favorecido una lectura histórica de la ciencia donde se observa una crítica hacia los límites impuestos entre lo estrictamente científico y lo no científico. Ahora, por ejemplo, el otrora público de la ciencia adquiere una nueva dimensión, ya no como un mero espectador o receptáculo de conocimiento, sino como un actor relevante y dictaminador de la veracidad de muchas de las teorías científicas del pasado. También se arremete contra esa vieja idea de la neutralidad científica y la nobleza de las acciones de los científicos que solían privilegiar las narraciones habituales de la ciencia, para pasar a señalar las correlaciones políticas entre diferentes actores (gubernamentales, científicos, empresarios, legos y demás), así como los intereses sociales y económicos que se tejen en la construcción de los hechos científicos.
Va
rios trabajos se vienen focalizando en las expediciones científicas, las observaciones naturales, la recolección y clasificación de especies. En algunos de estos trabajos se destaca la implicancia de la ciencia en la ordenación y representación del mundo, su lenguaje y la construcción del conocimiento científico, y en otros se pone en discusión el trillado tópico de la difusión de la ciencia metropolitana hacia la periferia. Para el caso, ciertos trabajos han destacado el papel activo de la recepción de las teorías científicas, que lejos de reconocerla como una apropiación pasiva, se interesan por visualizar como el conocimiento científico es adoptado y transformado en función de los intereses locales. Algo similar se plantea respecto de la ciencia imperial y el colonialismo del saber, en cuyos casos la ciencia y el conocimiento científico aparecen como aliados estratégicos del poder, que si bien define circunstancias específicas tanto para el centro difusor como para el órgano receptor, ninguno de los dos queda inmodificado cuando se plantea en términos de intercambio, circulación o movilización de conocimiento.
Desde estas perspectivas historiográficas, entonces, la ciencia tiende a ser visualizada con un mayor dinamismo y movimiento, donde no sólo interesa el medio, sino también la forma, el contexto y los actores que participan de la construcción y divulgación científica. En la nueva narración histórica se habla de objetos, instrumentos, prácticas, representaciones, discurso, poder, cultura, política, recepciones, apropiaciones, ciencia periférica, colonialismo, imperialismo, público, comunicación, agentes, actores, género, construcción, archivos, museos, observatorios, colecciones, editoriales, bitácoras. Toda esta pletórica semántica comienza a visualizarse en la construcción del pasado de la ciencia y las diversas disciplinas científicas.
De acuerdo a este marco, la tradicional historia de la medicina parece estar girando hacia la historia sociocultural de la salud y la enfermedad, desbordando ampliamente los tópicos de estudio y los enfoques teórico-metodológicos consabidos. La historia de la eugenesia se va desprendiendo como todo un nuevo campo de producción y conocimiento, donde resultan evidentes las trabazones entre la nación, la raza, la identidad y las teorías científicas. En el campo de la historia las disciplinas “psi” (psicología, psiquiatría y psicoanálisis) también se están ampliando los marcos interpretativos para favorecer lecturas más críticas, atentas con el contexto sociocultural y político, las múltiples relaciones de saber-poder y sus incidencias en el dominio de lo público y lo privado, así como en la determinación de los límites entre la salud y la enfermedad, la razón y la sin razón, lo normal y lo patológico. Otro tanto puede decirse de las indagaciones históricas de cuño antropológico, geográfico y lingüístico, las cuales presentan interesantes perspectivas de análisis y relevamiento de objetos que hasta el momento no habían sido considerados en el pasado, tales como las prácticas de escrituras, las formas de comunicación, los elementos de inscripción y reproducción, los tipos de gravados, las tintas, las fotografías.
Comentarios finales
Como se puede observar, se han ampliado los márgenes desde donde se estaba construyendo la historia de la ciencia. El cruce disciplinario entre las ciencias sociales y humanas, cuya expresión puede corroborarse en la proliferación de nuevos campos o subcampos de conocimiento, tales como los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, los estudios culturales, los estudios de-pos-coloniales o subalternos y los estudios de genero, entre otros, ha contribuido a la revitalización de aquellos márgenes. Con seguridad, el campo histórico de la ciencia y de las diferentes disciplinas científicas tiene toda una gran base de conocimientos desde donde seguir proyectándose.
Subsiste, no obstante, cierto divorcio entre el campo de la Historia con mayúscula, es decir, la historia cultivada por historiadores profesionales, y el campo de la historia de la ciencia, labrado mayoritariamente por científicos de diversas disciplinas. Desde luego que divergencia no implica que la historia de la ciencia se haya vuelto ciega a los diferentes desarrollos de la historia profesional, dado que en cierto sentido comparten la misma matriz de renovación teórica y metodológica de los años sesenta del siglo pasado, donde se asistió a una multiplicidad de giros disciplinarios: giro antropológico, giro cultural, giro sociológico, giro lingüístico, giro cognitivo. Como sea, el nuevo escenario de la historia de la ciencia se encuentra ante múltiples opciones teóricas y metodológicas para continuar con su legado. No es casual que se estén abriendo horizontes verdaderamente inéditos, cuyos destinos finales todavía no se visualizan totalmente definidos.
Publicado el 1 de diciembre de 2014
Felicito esta aproximación porque los que son las aproximaciones CTS las que pueden dar sentido a la historia de la ciencia. este es un tema tan horizontal, tan transversal que no puede estudiarse desde visiones y metodologías mono disciplinares. Algunos ya vienen, venimos proponiendo la necesidad y por lo tanto aplicando a nuestros trabajos sobre lo que hemos bautizado programa de «filosofía de la política científica» estas orientaciones trans e interdisciplinares .Efectivamente hace unos sesenta años que surgen los estudios CTS para afrontar a nuevas ideas o conceptos como la sociedad del riesgo , los modos en la producción de los conocimientos científicos, la introducción de la ética, las dimensiones y dinámicas éticas a la investigación científica y técnica dando lugar a asentar las bases éticas en un aética híbrida que combine principios y consecuencialismo ( costes/beneficios, caso por caso) y atendiendo además a la diversidad de actores que participan en la génesis y producción de conocimientos. De ahí se ha acuñado el concepto de interéticas ( véase en google. Emilio Muñoz, Interéticas)
hola miguel, yo no sé si le daría tanto lugar a lo del placted en una nota sobre historia de la ciencia… Es cierto que a la hora de construir nuevas políticas se buscan antecedentes, pero no me parece que haya una intención de investigación histórica ahí, sino simplemente de marcar un linaje, que por otra parte es disputado porque como dice adriana feld,tenemos que hablar de pensamientoS latinoamericanos, y no de un pensamiento. ya los tres autores mencionados estarían de acuerdo entre sí en bastante poco.