Por José Joaquín Brunner
Profesor titular de la Universidad Diego Portales, Chile, y director de la Cátedra UNESCO sobre Políticas Comparadas de Educación Superior.
La educación superior o terciaria latinoamericana se mueve en dos velocidades. Por un lado, con cierta pesadez y sin grandes sorpresas en el plano estructural de la masificación del acceso, la diferenciación organizacional y la difusión del ‘capitalismo académico’ con sus rasgos inherentes de mercantilización, privatización y productivismo. Por el otro, con levedad alada y rápida en el plano superestructural de los discursos, las narrativas y la circulación de ideologías.
Se abre así una brecha entre ambos planos.
Abajo, por decir así, en la parte inferior del edificio, en el plano de la economía política realmente existente de los sistemas nacionales, las cosas se mueven parsimoniosamente al compás demográfico y cultural de la demanda y la oferta, de los recursos disponibles, del acceso y graduación de las sucesivas cohortes, de la lenta maduración de la profesión académica y de los planes estratégicos de desarrollo de las instituciones.
Por el contrario, arriba, en la cima de la construcción, en el plano de las políticas y del análisis y la polémica, de las representaciones y las ideologías, las cosas se mueven mucho más rápido, como suele ocurrir en la esfera de la circulación. Aquí las ideas y las cambiantes metáforas fluyen con mayor facilidad al ritmo de las corrientes de opinión y las escuelas de pensamiento.
Mientras abajo, en la base de los sistemas, hay unas tendencias similares y convergentes producto del isomorfismo que viene con la globalización y con los arreglos capitalistas de la producción y transmisión del conocimiento, arriba, en la cúspide de los sistemas, las políticas cambian con mayor rapidez igual que los discursos, el análisis y las polémicas. Mientras allá operan procesos encauzados por la path dependence que estudia la ciencia política anglosajona, con sus lentos ritmos y períodos de estabilidad, acá al contrario predominan los ciclos cortos propios de la agenda gubernamental, los flujos de información y comunicación y el intercambio de ideas y consignas en la esfera pública y la polémica académica.
¿Qué observamos en la parte inferior, en los cimientos del edificio?
Tasas de participación bruta de la población en la educación terciaria cada vez más altas, hasta alcanzar -por ejemplo en los países del Cono Sur- la fase del acceso universal, según la clásica distinción de Martin Trow. Por tanto, un mayor número de estudiantes con expectativas y demandas mucho más diversificadas respecto de estudios y credenciales. Más estudiantes también con menores dotaciones de capital económico, social, cultural y escolar, lo cual representa un grave desafío para las instituciones formativas.
Por el lado de estas últimas, una verdadera explosión de organizaciones de enseñanza superior de todo tipo. Más de 3500 universidades en la región latinoamericana, más de 6500 instituciones no-universitarias. Es una enorme y variopinta plataforma de instituciones, sin duda. Allí ingresan anualmente cientos de miles de estudiantes que buscan desarrollar sus capacidades, adquirir un capital humano, certificar ciertas habilidades y estudios y así alcanzar una mejor posición que sus padres en el mercado laboral y en los indicadores de ingreso, status y bienestar.
Todavía en este plano estructural, cabe observar que la masiva provisión del servicio de educación superior adopta en América Latina el carácter de un régimen mixto, público y privado, de provisión. De hecho, algo más de un 50% de la matrícula total de educación terciaria de la región -que supera los 25 millones de estudiantes- se halla en instituciones privadas y, de ésta, un poco más de 50% pertenece a instituciones con fines de lucro.
La mayoría de las tendencias y dinámicas estructurales recién descritas son compartidas, en mayor o menor medida, por el conjunto de los países latinoamericanos, con excepción de Cuba. A ese nivel de base, el edificio, como un gran portaaviones, navega lentamente en dirección a una mayor coordinación de los sistemas por los mercados, una relativa mercantilización del bien público educativo y un financiamiento de las instituciones que frecuentemente proviene de esquemas de costos compartidos entre el tesoro público (la renta nacional, el gasto fiscal) y los aportes que contribuyen los estudiantes, sus familias y otras instancias y fuentes privadas.
Mientras tanto, ¿qué ocurre en la parte superior, en la superestructura discursiva e ideológica?
Prima allí una cierta levedad de las políticas y los discursos que, en lo esencial, apenas parecen rozar las tendencias y dinámicas estructurales, sin lograr afectarlas en su curso de navegación. Se dice que el capitalismo académico estaría haciéndose cargo de los sistemas nacionales, al mismo tiempo que se critica a la política por poseer un sesgo neoliberal y, en consecuencia, favorable a los mercados, la eficiencia y el productivismo que amenazarían con condenar el alma mater al infierno de la performatividad. Es decir, se constata que el completo movimiento de la educación superior estaría enfilado hacia el cálculo de costos y beneficios, el balance de insumo/producto, las ratios de alumnos por profesor, el número de publicaciones de los investigadores registrados en la Web of Science o Scopus y la productividad óptimamente esperada para cada actividad.
Mientras la rotación de los signos aumenta de velocidad, las políticas se suceden y las ideologías sofistican los análisis críticos, abajo, por el contrario, en la base de los sistemas nacionales realmente existentes, las tendencias y dinámicas se mantienen relativamente estables, profundizando todos aquellos aspectos que los relatos declaran insoportables e intolerables.
¿Qué puede estar ocurriendo, entonces?
Por una parte, una relativa impotencia de las políticas que, al final del día, y cualquiera sea su origen -conservador o progresista-, parecieran estar sobredeterminadas por el peso incontrarrestarle del neoliberalismo (capitalismo académico) y envueltas en un manto de época, el posmodernismo. Son irónicas más que robustas, ambiguas, cambiantes, de tipo collage, con escaso relato y un fuerte énfasis en la performatividad.
Por otra parte, una verdadera fascinación -aun de los críticos- con esas políticas neoliberales cuyos efectos y ecos se descubren en todas las dimensiones de los sistemas y que, mientras se condenan, se exaltan a la vez por su aparente contundencia y potencia.
Curiosa paradoja, pues: los lentos movimientos de la base parecen llegar más lejos y sobrepasar en todo momento la velocidad interpretativa de las aladas ideas e ideologías. ¿O será más bien que no entendemos lo que ocurre en la base, no contamos con las adecuadas interpretaciones tampoco, y en consecuencia nos vemos llevados a polemizar con la realidad que somos incapaces de transformar?
Publicado el 29 de junio de 2015
Muy interesante, entre otras cosas porque estoy de acuerdo. En otras épocas, se suponía que existía una relación, a veces lineal, otra veces tortuosa, entre la base y la superestructura. La base mandaba y la superestructura justificaba, encubría, legitimaba. La crítica develaba esas racionalizaciones y encubrimientos. Pero para eso tenía que revelar lo que estaba pasando en la base. El esquema, en sus peores encarnaciones, podía ser demasiado tosco, pero no del todo desencaminado, al menos como principio metodológico.
En los discursos acerca de la educación superior –en nuestra región y también en otras latitudes– parece funcionar a menudo una argumentación que desdeña la exploración sistemática de las evidencias sobre la estructura y se limita al choque de espadas ideológicas. Sin duda, orientarse en un universo como el de la educación superior latinoamericana que está experimentando transformaciones profundas y aceleradas puede resultar difícil, sobre todo si además las fuentes de información son pobres y la investigación escasa y demasiado atada a la gestión universitaria. Pero si no lo intentamos, corremos el riesgo de empantanarnos en discusiones acerca de cosas que no están ocurriendo, o que no sabemos si están ocurriendo o que, si están ocurriendo, no sabemos bien cómo ni por qué.
En mi universidad pública aún prevalece, quiero creer, de manera inconsciente el doble discurso, el que ustedes llaman como capitalismo académico, nosotros-algunos, los menos, lo hemos llamado mercantilismo educativo. El doble dicurso por una universidad con pertinencias social bajo el enfoque de competencias plantea contradicciones insuperables. Discurso, convertido en política educativa que se plasma en un proyecto institucional que convoca a trabajar académicamente en esos dos sentidos. Parnoico asunto el de los profesores universitarios, luchando entre el bien social colectivo y formando profesionales ad-hoc (competencias) para el empleador privado, espacio laboral en donde el discurso social pierde su encanto.
Efectivamente, las universidades han pasado de ser la vanguardia a la retaguardia en materia de propuestas de desarrollo social de sociedades del entorno. Ahora se esta hablando de la urgente acreditación en dos dimensiones: uno hacia el interior de la institución y el otro hacia lo externo de la institución. La reflexión que nos presenta nos lleva a tener necesariamente una visión prospectiva de la universidad y no quedarse con la visión retrospectiva. Es cierto, que las velocidades de cambio no son iguales unos avanzan como tortuga y otros como Alquiles.
Por mi parte, debo decir que esta discusión me resulta difícil de digerir, por lo pesada y cierta de la situación que se prantea. Hace al menos dos décadas que vengo observando la incapacidad de nuestro sistema educativo superior para revertir su inercia ante las demandas actuales. Qué nos está pasando? Hasta cuándo mantendremos nuestra ceguera?
El análisis de Brunner señala la dinámica propia con la que parecería discurrir lo que él llama la base del sistema, caracterizado en su análisis como el espacio donde “las cosas ocurren efectivamente” y en la cual, a partir de sus efectos, parece englobar en un solo conjunto a una variedad de actores y de elementos. Ese nivel se mueve lenta pero inexorablemente, parece decir, respecto de la superestructura de los discursos políticos sobre la universidad.
Identifico en ese conjunto de la base tanto a las culturas universitarias, las políticas institucionales, el contrapeso siempre poco dúctil de los formatos de las organizaciones, las prácticas de los académicos y las tendencias sociales, expresadas tanto por las expectativas y acciones de los estudiantes, las modificaciones que se operan en el número y en los perfiles, como por la acción de los mercados y también las demandas de organizaciones de la sociedad civil y del estado, que en la base del sistema viene interpelando a la educación superior especialmente a nivel de las instancias locales.
Ahora bien, las tendencias en ese nivel, según manifiesta Bunner, estarían dadas por “una mayor coordinación de los sistemas por los mercados, una relativa mercantilización del bien público educativo y un financiamiento de las instituciones que frecuentemente proviene de esquemas de costos compartidos entre el tesoro público (la renta nacional, el gasto fiscal) y los aportes que contribuyen los estudiantes, sus familias y otras instancias y fuentes privadas”.
Ahí lo dejamos por ahora y vayamos al nivel de la “superestructura discursiva o ideológica” de la que habla Brunner y a la que le asigna una desarticulación exasperada respecto de esa base constituida por los hechos que efectivamente acaecen. No sería extraña a la historia de la universidad la existencia de un discurso que la interpele y anuncie una refundación o un nuevo modelo desfasado, por lo tanto, de la ocurrencia sistémica. Sucedió en Alemania desde las reflexiones que inauguró Kant y siguieron Fichte y Hegel entre otros (quienes hablaban en y de la universidad en tanto académicos y en algunos casos también como gestores) hasta la conformación de un discurso definitivamente político que en Von Humboldt deviene performativo y da lugar a la creación de la Universidad de Berlín. También, pero de otro modo, pasó con la interpelación discursiva (y la consecuente práctica política) de los reformistas de Córdoba. Su discurso iba adelante de los hechos e incluso con el impulso de su militancia, de dos intervenciones del poder ejecutivo, de las reformas de los estatutos universitarios y la democratización de la autonomía, el vibrante discurso ideológico de los reformistas nunca llegó a acompasarse de manera perfecta con las prácticas institucionales. Esto sólo para citar un par de ejemplos.
¿Es, entonces, la desarticulación entre realidad y discurso, entre base ocurrente y superestructura ideológica lo que en sí mismo se nos dice que debe preocuparnos o se está señalando una novedad, quizás la percepción de que en este período se percibiría a esta dualidad como ejercida con un voluntarismo impotente o incluso con cierto cinismo, en el fondo descomprometidos o al menos escépticos respecto de una eventual convergencia entre los dos niveles?
¿O este análisis extendido encierra una desazón apenas nacional, cifrada en lo que se interpreta como un impensable arrebato populista del discurso político sobre la educación superior que conspira sin destino contra la sólida construcción neoliberal del sistema de educación superior chileno? Pero, si las cosas fueran efectivamente así, se trataría apenas de una contaminación superestructural del discurso o de la pregnancia alcanzada finalmente por la emergencia de un reclamo social?
La recuperación de la democracia a partir de diciembre de 1983 en Argentina nos deparó la autonomía académica, institucional y política. El discurso hegemónico de la política era el mismo que controlaba la universidad y este dato, especialmente, además de las convicciones reformistas, explica lo rápido y acabada de la transferencia del control desde la política a las instituciones.
En la década siguiente esa autonomía fue funcional al neoliberalismo que la exacerbó, por un lado, estableciendo niveles nunca vistos de autarquía económica y financiera para las instituciones universitarias y desbloqueando la creación de universidades privadas. Pero también inauguró (fiel a sus convicciones de no ser del todo fiel a ellas cuando se trata de desarrollar el mercado) políticas públicas basadas en el financiamiento y la evaluación de calidad. Fondos direccionados y competencia por esos fondos; control de calidad de los productos que las instituciones ofrecen en ese cuasi mercado de la educación superior en el que conviven universidades estatales, privadas sin fines de lucro, instituciones no universitarias estatales y privadas que sí pueden ser empresas; y un ancho espacio casi no regulado de posibles relaciones, casi siempre onerosas entre unas y otras.
Los cambios de los discursos y de las voluntades políticas de estos primeros quince años del siglo XXI tienen que construir en este marco sus objetivos de inclusión y de articulación entre las prácticas universitarias y los reclamos de la sociedad. Las políticas públicas afrontan el desafío de interpelar a la universidad y al mismo tiempo convocarla, de articular el consenso con el incentivo, la regulación con la militancia para lograr que el sistema de educación superior sea a la vez objeto y sujeto de estas políticas públicas que se proponen dar respuestas a la reposición de viejos derechos no del todo logrados y la emergencia de una nueva generación de derechos que se constituyen en este nuevo contexto político.
Si todavía hay una distancia entre la declaración de la Educación Superior como bien público y derecho humano realizada por el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) de Argentina en agosto de 2007 (Vaquerías, Córdoba), la que se produjo en la Conferencia Regional de Educación Superior CRES) de 2008 (Cartagena de Indias, Colombia) y la base del sistema donde las cosas efectivamente ocurren, prefiero pensar con el optimismo que requiere la política, que entre los dos niveles existen múltiples relaciones y que no todas son de rechazo y resistencia y que la realidad no es indiferente a los discursos y las voluntades políticas, tampoco en el sistema de educación superior.
Primeramente reafirmo la pertinencia e importancia de este espacio de relfexión; debe ser algo que abordemos – como se esta haciendo- con seriedad y profundidad debido a la naturaleza de las realidades que aborda, agregando además que corresponde a la academia generar espacios de reflexión critica desde se produzcan cambios significativos en la construcción o cambios de paradigma desde la perspectiva Latinoamericana y Colombiana. Coincido con los/as compañeros en la necesidad y la urgencia de un cambio paradigmatico toda vez que La existencia de una relación entre cambios tecnológicos y desarrollo económico es indudable.
La expansión de las políticas del desarrollo en América latina fue acompañada del surgimiento de una nueva modalidad de dependencia, que el economista brasileño Theotonio Dos Santos asoció al binomio industria-tecnología:
“En el período de la posguerra se ha consolidado un nuevo tipo de dependencia, basado en empresas multinacionales que empezaron a invertir en industrias destinadas al mercado interno de los países subdesarrollados. Esta forma de dependencia es básicamente una dependencia industrial-tecnológica”.
Al mismo tiempo que la ideología desarrollista asociaba “modernización” con industrialización por sustitución de importaciones se observaba una desvinculación de las actividades de ciencia y tecnología con los problemas sociales y productivos de la región.
Esta falta de correspondencia estuvo relacionada con el proceso de mimetización que recorrieron los países periféricos respecto del desarrollo del sector de CyT de los países centrales. A diferencia de estos, nuestros países no lograron vincular la producción de conocimientos con su realidad económica y social. Se aplicaron modelos teóricos universales que guiaron la formulación de políticas para el sector y estándares internacionales para la medición de la producción de conocimiento que, entre otras consecuencias, hicieron de la publicación en revistas de alto impacto el principal criterio de evaluación de la producción científica, obviando la fijación de criterios tanto para la evaluación del desarrollo tecnológico y la innovación como para su protección. En términos de orientación temática, esto se tradujo en la adopción histórica de las agendas de investigación del primer mundo.
Esta conducta imitativa coadyuvó a la instalación de una ideología de reproducción dependiente, donde los avances en el sector de CyT constituyeron parte estructurante de la promesa del desarrollo. Es en este contexto donde proliferó una de las falacias sobre América latina más ampliamente extendidas, según la cual los países latinoamericanos son “sociedades duales”, donde conviven una sociedad arcaica, tradicional, agraria, estancada y retrógrada junto con algunos indicios incipientes de una sociedad moderna, en proceso de industrialización y urbanización.
Ahora bien, la esencia de esta falacia, que destacaba el papel asignado a la ciencia y la tecnología como motores de cambio y desarrollo, radica en considerar que esta “bipolaridad social” resulta de una “aversión al cambio”, cuando desde el enfoque de las teorías de la dependencia se demostraba la relación de “funcionalidad recíproca” entre subdesarrollo y desarrollo.En este sentido, es interesante la confluencia de Oscar Varsavsky, Jorge Sabato y Amílcar Herrera en torno al “problema del desarrollo”, que asociaron al plano económico, social, cultural y ambiente.
El cambio es urgente e impostergable y deberá generar una revolución educativa y científico-tecnológico que produzca profundos cambios en la formación de nuestros futuros graduados, docentes, investigadores científico-tecnológicos, y porque no en los futuros gestores, empresarios, gobernantes que podrán surgir de nuestros ámbitos.
El diagnóstico me parece acertado pero insuficiente porque no toca otros aspectos de la problemática, que tienen lugar tanto en el nivel infraestructural como superestructural. Aspectos que dificultan una salida a esta situación. Me refiero, a nivel ideológico, al elitismo que caracteriza el discurso de muchos, de otro modo, excelentes académicos, pero nada orgánicos con los sectores sociales que necesitan que se produzcan los grades cambios. Por otro lado, en la infraestructura socia, resulta necesario analizar como se ha alterado el carácter social del propio profesorado, cada vez más capturado por la sociedad de mercado y agrupado en gremios puramente economicistas.
Ante esta situación, no vislumbro otra salida que el desarrollo de un movimiento social de base de educadores que contribuya a desarrollar simultáneamente la conciencia profesional y política del profesorado. . Recordemos que el efecto de poder de las ideologías estriba en su discurso en apariencia universalista y consesual debido a que aparece como respuesta a necesidades e intereses sociales amplios. Se requiere por ello de un movimiento que le permita a sectores de mayor conciencia política del profesorado insertarse en los procesos de cambio que se están promoviendo a nivel discursivo y tomarles la palabra, resemantizándola en teoría y practica, en sentido progresista o popular.
No existe ingenuidad en lo que a educación se refiere. Todo hecho educativo está cargado de intención. Por ello de entrada, habrá que considerar que las políticas educativas llevan esta impronta que se identifica con claridad en los planteamientos de Joaquín.
Sin embargo, es necesario tomar en cuenta que la génesis de la estructura actual permaneció durante mucho tiempo exenta de críticas o cuestionamientos, encontrándose alineada con el discurso y la ideología que le era propicia. No fue sino hacia la mitad del siglo XX cuando empezaron a surgir voces que desvelaron el sentido utilitario y funcional de dicha estructura, asociándola con una ideología hegemónica e isomórfica, que homogenizaba la educación masificándola, orillando subrepticiamente a los grandes grupos sociales hacia la configuración de una cultura única, condición exacerbada con la llegada de la globalización como paradigma dominante, que sin ser inédita, reforzaría las bases de la estructura.
Ante ello, el escenario internacional empezó a modificarse en la educación superior. Quienes se ostentaban como ideólogos de la estructura tuvieron que dar un golpe de timón y empezar a diseñar un nuevo discurso, que sin ser congruente con la realidad, permitiera justificar su permanencia como organización socio-cultural y política. Las bondades que el modelo económico prometía ya no eran suficientes. La base de un éxito ofrecido en el plano social y económico estaba cuestionándose severamente, por lo que había que encontrar la forma de perpetuar su organización.
De aquí surge la iniciativa de recoger las premisas de una ideología desde siempre inspiradora: la de una educación superior integral, sustentada en valores, que remite a una formación para la vida. Todo concretado bajo el enfoque de competencias profesionales, al que se le atribuyen cualidades que dista mucho poseer, por estar coligado con el discurso racional propio del modernismo.
Al final el debate sigue abierto. Tanto que se mantiene centrado en la vigilancia reflexiva sobre las intenciones del discurso nuevo, ya que para transformar la realidad, primero hay que entenderla.
En Uruguay, donde vivo, parecería que la educación superior no tiene rumbo. Bueno en educación,casi nada tiene rumbo. Pero referido a la educación superior y puntualmente la Formación docente se abre un desafío muy grande ya que el estado ha hecho un giro de 180 grados en cuanto a la formación docente. Esta formación siempre estuvo en manos del estado y las instituciones públicas, solo existía un Instituto de Formación de Maestros privado dependiente de un Colegio católico.
Pues bien , hace tres años el Estado ha aprobado una ley que permite a Institucione sprivadas, colegios laicos y universidades formar docentes.
¿Cómo afecta esto?
Evidentemente estas instituciones cobran matrícula, cursos y título mientras que en las instituciones dependientes del Consejo de Formación en Educación, que son los centros de formación del estado, todo es gratis. ¿Cómo compiten entonces los dos servicios?
Los del Estado absorben toda la masa social sin importar edades, capital académico y social e intenta formar maestros en un discurso que no todos comprenden por lo cual se ha flexibilizado de tal manera que en cuatro años casi todos se reciben.
Por su parte los privados, si bien estamos casi convencidos de que pagando nadie pierde (por lo menos acá), igual hay una fuerte apuesta a una formación más exigente avalada seguramente por los propios estudiantes que si deciden pagar para ser maestros, una profesión no muy bien paga, por lo menos que la formación sea tan buena que marque la diferencia.
¿Qué va a pasar en el futuro? habrá que hacer acuerdos interinstitucionales, reforzar los planes de formación y de selección para competir, porque de lo contrario, los primeros d ela lista van a ser los egresados de los institutos privados y habrá una masa sin trabajo o que trabajará en los peores lugares por lo cual no podrán ser generadores de cambio.