Lo sabemos. Lo hemos leído y escuchado numerosas veces procedente de voces expertas. Estamos viviendo una situación de auténtica emergencia planetaria (Bybee, 1991), caracterizada por un conjunto de problemas estrechamente vinculados y que se potencian mutuamente (Duarte, 2006), como consecuencia, entre otros, de un enorme crecimiento económico y demográfico: desde el agotamiento de recursos fundamentales a una contaminación sin fronteras que está contribuyendo a la degradación de todos los ecosistemas, a una pérdida creciente de biodiversidad y diversidad cultural y amenaza con un cambio climático cuyas consecuencias, que empiezan a ser visibles, pueden conducir al colapso de nuestras civilizaciones (Diamond, 2005). Sin olvidar los crecientes desequilibrios que contribuyen a que miles de millones de personas vivan hoy en condiciones de insoportable miseria y que están potenciando numerosos conflictos y violencias. Por ello desde la comunidad científica se ha planteado la necesidad de convertir el siglo XXI en el siglo del medioambiente, orientando los esfuerzos hacia la resolución de los problemas socioambientales que amenazan nuestra supervivencia (Lubchenco, 1998). Por ello también, Naciones Unidas ha instituido «La década de la educación por un futuro sostenible» (www.oei.es/decada), reclamado a los educadores de todos los niveles y áreas, tanto de la educación formal como de la no reglada (museos, media…) que contribuyan a formar ciudadanas ciudadanos conscientes de la gravedad de los problemas y preparados para participar en la toma de decisiones fundamentadas.
Pero sabemos también que, a pesar de estos llamamientos, nos enfrentamos a una falta de respuesta de la mayor parte de la ciudadanía y de sus responsables políticos. No parece que preocupe demasiado seriamente la problemática medioambiental (en su sentido más amplio de medio ambiente humano, que extiende su atención a las dimensiones sociales). Cabe preguntarse, pues, si no habrá razones que justifiquen esta pasividad… o que merezcan ser discutidas para lograr la implicación ciudadana, si seguimos pensando que la situación exige de manera urgente un cambio profundo de comportamientos y la adopción de medidas correctoras. En lo que sigue sintetizaremos algunos argumentos que escuchamos y vemos recogidos reiteradamente en los medios de comunicación, que podrían justificar esta falta de respuesta:
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