Por J. Adarberto Martínez
Por primera vez en la historia humana el saber se aplica al saber mismo, produciendo una aceleración progresiva de los procesos de invención, innovación y adaptación que está activando la conversión de la economía industrial en una economía de servicios, centrada en la invención, en nuevos procedimientos para la innovación y adaptación a partir de los recursos del conocimiento y de las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Sin embargo, este proceso enmascara una radical ambivalencia: mientras que por una parte es alentador y positivo ya que el trabajo más especializado y el trabajador más cualificado salen claramente beneficiados, en cambio el trabajador menos cualificado, por otra parte el más abundante en la mayoría de los países iberoamericanos, sale perjudicado. Es decir, se producen nuevas desigualdades, marginación, desánimo y exclusión. En esta cruel encrucijada tienen que apoyarse los países iberoamericanos para adecuar sus sistemas educativos, los cuales constituyen los recursos de la mayor relevancia para hacer frente a las desigualdades, exclusiones y riesgos que trae implícitos el progreso y de paso salir gananciosos ante las nuevas oportunidades que les ofrece la sociedad globalizada del conocimiento.